jueves, 14 de octubre de 2010

Clases de partido y partidos de clase.

A propósito de la definición del PDA

Clases de partido y partidos de clase

Por:Eduardo Nieto


En un reciente seminario del PDA en Antioquia, el compañero LAQ., refiriéndose a los Estatutos del Partido, específicamente al Capítulo I de los mismos, afirmó con especial énfasis que tal normativa no daba lugar a concluir que el Polo pueda ser considerado como el partido del proletariado en Colombia. Apoyó su afirmación en el argumento de que Artículo 2 de dichos Estatutos, que habla de la Definición del Partido, no hace alusión expresa al carácter de clase del Polo, lo que en su opinión marca una gran diferencia con los partidos de izquierda que se fundaron en los años sesenta y setenta del siglo pasado, todos los cuales fueron creados proclamándose a sí mismos como partidos del proletariado, y así lo consignaban de manera expresa en sus respectivos estatutos.

En verdad, el tema pasó desapercibido y no fue debatido entonces, toda vez que el evento en el que se presentó centró su atención en otros asuntos de mayor interés en esos momentos: los comités de base del partido y las tendencias dentro de éste. No quiere decir ello, sin embargo, que el tema carezca de importancia. Por el contrario, todo lo relacionado con la Definición del Partido es de una importancia indiscutible, como quiera que ello se relaciona en forma directa con la naturaleza de clase del mismo. Aludir a la naturaleza clasista del Partido es hacer referencia a su proyecto histórico-político, lo que implica hablar tanto de los sectores o sujetos sociales que convoca y en los que éste se apoya para lograr y hacer realidad su estrategia y fines programáticos, como de los intereses sociales, económicos y políticos que en últimas representa y persigue. Y de este tema es poco o casi nada lo que se habla en PDA. Este momento, cuando el Partido se apresta a hacer balances de lo que ha sido su recorrido durante estos cinco años, es una oportunidad para que el tema comience a ser ampliamente analizado y debatido en su interior. En esa dirección apuntan estas breves notas.

La teoría nos ha enseñado que, en las sociedades signadas por profundas desigualdades sociales, los partidos y movimientos políticos no son sino la expresión política de determinadas clases o sectores sociales en pugna por sus intereses socioeconómicos. Ahora, lo que muestra la historia de estas sociedades es que no siempre ha sido simétrica la relación existente entre las clases y sectores sociales, por un lado, y los partidos y movimientos políticos, por otro. De hecho, lo que tiende a suceder con frecuencia es que, en su propósito por llegar al gobierno o al poder, los partidos y movimientos políticos busquen apoyarse y convocar a diferentes clases o sectores sociales. Así como también es frecuente el caso inverso, según el cual una clase o sector social tienda a expresarse o de hecho se exprese a través de diferentes partidos o movimientos políticos.

De cualquier manera, sea por lo que enseña la teoría o por lo que se desprende de la experiencia histórica, la lectura y caracterización de los partidos y movimientos políticos siempre será un ejercicio complejo de abordar, con lo cual se quiere indicar que, para efectos de lograr una completa y acabada tipificación de los mismos, no es suficiente con establecer su composición social, vale decir, los sectores sociales que le sirven de apoyatura y con los que interactúan en forma permanente en la lucha por poder o el gobierno; tal ejercicio debe complementarse e ir de la mano del escrutinio del programa y la estrategia por ellos asumidos, como quiera que en estas dos piezas, pensadas como un todo, se halla la clave a partir de la cual es posible determinar el horizonte histórico-político hacia el cual dichas estructuras dirigen todo su accionar, elemento este que daría lugar a establecer si un partido o movimiento político determinados se haya comprometido con la preservación del estatus quo social o por el contrario su proyecto se dirige a la transformación estructural del mismo.

Sin esta pauta metodológica jamás podríamos entender fenómenos y realidades contradictorias como el de algunos partidos socialdemócratas o eurocomunistas en Europa Occidental, o el caso de algunos partidos y movimientos populistas en América Latina, por ejemplo. En el caso de los primeros, estamos frente a estructuras políticas que tienen en los sindicatos de trabajadores asalariados su principal base de apoyo, pero su programa y accionar político-estratégico denuncia su compromiso con el capital, como lo corrobora la gestión de muchos de ellos como partidos de gobierno en diferentes países de Europa. Con los segundos se presenta una situación parecida, siendo tal vez las experiencias más significativas los casos del PRI mejicano y el partido justicialista (peronista) en Argentina, ambos en sus primeras épocas: tanto el uno como el otro representaron en su momento proyectos nacionalistas y modernizantes de las formaciones socioeconómicas de sus respectivos países; a la postre, no pasaron de ser intentos tímidos de industrialización de sus economías y regateos al imperialismo, sin trascender los marcos del sistema de producción capitalista ni significar rupturas significativas con el latifundismo premoderno y los lazos de la dependencia. Sin embargo, las dos experiencias representaron hechos irrepetibles de organización y movilización políticas masivas de los trabajadores en América Latina. La experiencia del PT brasilero, con Lula a la cabeza, parece estar muy cercana a los casos aquí planteados; pero, ya habrá tiempo de analizarla con mayor detenimiento.

Al lado de estas experiencias de partidos y movimientos políticos con una base social constituida por trabajadores asalariados y sectores populares, pero incapaces de trascender las estructuras de la sociedad y el régimen de producción capitalistas, tenemos la otra experiencia, la de partidos y movimientos políticos que en sus inicios no contaron entre su base social de apoyo a amplios sectores de trabajadores, y sin embargo, una vez en el gobierno o desde el poder político, logran desatar dinámicas anticapitalistas y contra el imperialismo en sus respectivos países, llevando a cabo programas de reforma agraria, de democracia social y política y de auto-organización de las masas populares. Es una experiencia localizada especialmente en América Latina y está representada en los casos del Movimiento 26 de Julio en Cuba, el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua en la revolución de 1979 y el Movimiento Nueva Joya en la isla de Grenada. Los casos más recientes del Movimiento Quinta República del Presidente Chávez en Venezuela y el Movimiento al Socialismo de Evo Morales en Bolivia, tienden igualmente a hacer parte de esta misma tradición.

De manera entonces que el tema relacionado con la Definición del PDA, requiere un tratamiento más cuidadoso y riguroso en su abordaje. Acercarse al tema a partir de una lectura fragmentaria y literal de los Estatutos corre el riesgo de conducirnos a afirmaciones y caracterizaciones ligeras y formalistas, como las de quienes consideran que el Polo no es el partido del proletariado sólo porque la norma estatutaria omite decirlo. Ahora, si de lo que se trata es de hacer un abordaje exegético del mismo, tal ejercicio exigiría al menos una lectura armónica, integral y orgánica de los Estatutos, que trascienda lo que literalmente y en sentido restringido establece el Artículo 2 de los mismos. Con todo y lo limitado que pueda resultar el ejercicio desde esta perspectiva, la verdad es que la mirada del carácter del Partido a través de sus Estatutos nos obligaría a leer el capítulo relacionado con su definición en estrecha relación y concordancia con aquellas otras normas que hablan de sus fines, normas estas que a su vez nos remiten a los temas relacionados con el programa del Partido y las clases o sectores sociales en los que éste se apoya y convoca para su accionar político, dos asuntos que resultan ineludibles al momento de caracterizar y definir un partido o movimiento político.

El Artículo 2 de los Estatutos consagra una definición del Partido desde el punto de vista axiológico, es decir, de los valores y principios que lo inspiran como unidad programática y organizativa. Por ello, cuando la norma habla de que el PDA es un partido democrático, civilista, pluralista, multicultural y pluriétnico, comprometido con la defensa de la vida, la biodiversidad, la soberanía nacional, la unidad latinoamericana y del Caribe, la paz, la democracia política y económica, el bienestar y la felicidad de las colombianas y los colombianos, no hace sino sentar las bases éticas a partir de las cuales el Partido proyecta no sólo los fines que persigue con su actuación política, sino también el diseño y funcionamiento de su estructura organizativa. De manera que tanto en ésta como en aquellos nos vamos a encontrar con la expresión de tales valores.

Se ha convenido en que la base programática del PDA está constituida por lo que se conoce como el Ideario de Unidad, conforme lo recoge en forma resumida por lo demás el Capítulo II de los Estatutos, en sus artículos 5 y 6, que habla de los fines del Partido. En efecto, el Ideario de Unidad recoge un conjunto articulado de objetivos, propósitos y reivindicaciones de orden económico, social, político, étnico y cultural de alcances mínimos, democráticos y transitorios, que cobran plena vigencia y actualidad no sólo frente a la coyuntura abierta con el inicio del Gobierno de J. M. Santos, sino además en relación con las realidades estructurales que le sirven de base a la formación económica-social del país. Y así el Ideario de Unidad no haga mención expresa al socialismo como objetivo estratégico del Polo, la lucha por la plena realización de los propósitos programáticos consignados en dicho documento habrán de desatar necesariamente una dinámica sociopolítica anticapitalista y anti imperialista que llevará al Partido, tarde que temprano, a tener que plantearse con seriedad la opción del socialismo, si en realidad aspira a asegurar y consolidar los logros democráticos y transitorios obtenidos. Fueron los dilemas que en su momento debieron enfrentar las direcciones políticas en los procesos revolucionarios iniciados en Cuba, Nicaragua y Grenada; y son los mismos dilemas que hoy enfrentan los partidos y movimientos que acaudillan los procesos de transformación abiertos e iniciados en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Tanto en unos como en otros, lo que se dio y se viene dando son evidentes procesos de evolución política progresiva de dichas direcciones, hacia una mayor radicalización no sólo de sus concepciones programáticas, sino también de su accionar político, determinado todo ello por las exigencias del proceso de transformación de las estructuras socioeconómicas, políticas y culturales de esos países.

De otra parte, a lo largo y ancho de los Estatutos aparece expresa y manifiesta la intencionalidad política del PDA de interactuar con los trabajadores asalariados del país, con los campesinos pobres, con las comunidades indígenas y afrodescendientes, con la comunidad de LGTB, así como con los jóvenes y mujeres excluidos y negados en sus derechos. Igualmente con los habitantes de los barrios y comunas con problemas de vivienda, servicios públicos domiciliarios, transporte y vías públicas. Con aquellas regiones del país ubicadas en la periferia y que han sido marginadas por un modelo de desarrollo centralista y excluyente. En fin, con todos aquellos ciudadanos que sienten violados o menoscabados sus derechos fundamentales por efectos de la ejecución despiadada de las políticas económicas neoliberales, la guerra y la violación de los derechos humanos. Todos estos sectores aparecen interpretados, en sus derechos e intereses, por el programa del Polo, y a todos ellos está dirigida la convocatoria que el Partido les hace para la organización de la resistencia social y política que conduzca a la construcción de una alternativa de poder con capacidad de sacar a Colombia de la profunda y larga crisis en que se encuentra.

De modo pues que, si nos atenemos a los Estatutos, la posición del PDA es inequívoca en identificar las clases y sectores sociales que convoca y en los que pretende apoyarse en función de lograr el propósito de constituir la voluntad colectiva o el sujeto histórico que sea capaz de asumir las transformaciones estructurales que el país necesita para salir del atraso, el subdesarrollo, la desigualdad social y hacer realidad los propósitos y objetivos consignados en su Ideario de Unidad.

Es cierto que los Estatutos del PDA no hablan por parte alguna de que el Polo sea el partido del proletariado. Pero, el hecho de que la norma estatutaria omita tal proclamación no hace del PDA un proyecto menos comprometido con una estrategia de cambios y transformaciones estructurales de la sociedad colombiana. La lectura armónica, integral y orgánica que hemos hecho de sus Estatutos, nos pone sobre la evidencia, al menos teórica, de que estamos frente a un proyecto político cuya convocatoria no es precisamente a la defensa del capital, ni a la conservación de la explotación socioeconómica de unas clases por otras, ni a la perpetuación de la opresión y exclusión por razones políticas, de género, sexo o de otro tipo. Lo que en realidad se desprende de tal lectura es que el PDA encarna un proyecto político cuyo sentido histórico está orientado a propiciar profundas transformaciones del actual estatus quo social. Y esto fue lo que precisamente omitió reconocer el análisis normativo que criticamos.

Habrá que admitir, sin embargo, que la anterior no es sino una conclusión derivada de un análisis apenas normativo y discursivo del Polo, y que una cosa es lo que aparece en los Estatutos y demás documentos del Partido y otra cosa bien distinta lo que pueda derivarse de su trayectoria política, es decir, su comportamiento y conducta en las prácticas política y social.

Ciertamente, en la vida de los partidos y movimientos políticos la realidad formal de éstos, es decir, lo que ellos proclaman y dicen ser de sí mismos, no siempre coincide ni tiene correspondencia plena con su realidad material, vale decir, con lo que hacen en la práctica como actores de la vida social y política. La pertinencia de tal observación no puede conducirnos sin embargo a descalificar o a cuestionar la certeza o validez de un proyecto político cuando éste ha sido considerado solo desde la perspectiva normativa o discursiva del mismo. Pues, no debe perderse de vista que las palabras habladas y escritas son también, como la realidad material, prácticas sociales y políticas, muchas de ellas con la capacidad suficiente de fundar y desatar acciones y procesos trascendentales en la esfera de la vida material. Si ello es cierto, habrá que admitir de igual manera que lo que el Partido es y ha sido en el escenario de la lucha social y política responde a lo que formalmente aparece perfilado en su universo normativo y discursivo.

Lo anterior para indicar que una caracterización y definición completa de un partido o movimiento político debe trascender la mera perspectiva exegética de análisis y buscar mirar los contextos y situaciones de orden social, económico, político, cultural e ideológico en los que éstos surgen, se construyen y actúan. Pues los partidos y movimientos políticos no son nomenclaturas muertas e inanimadas, sino estructuras vivas y orgánicas, cuya existencia y desarrollo dependen, en buena parte, de los contextos y situaciones en los que les corresponde actuar e interactuar. De ahí la importancia del examen que su dirección haga permanentemente de la situación política, de la correlación de fuerzas entre las clases y sus partidos, de la evolución del régimen político, del contexto internacional, así como de otros factores intervinientes en la trama del conflicto social y político, etc., ejercicio este indispensable para poder orientarse adecuadamente como actor político y prepararse para la lucha de clases. Porque es justamente el terreno de la lucha de clases el escenario en el que los partidos y movimientos políticos se ponen a prueba y muestran lo que realmente son; en tal escenario, en el que éstos intervienen en su condición de actores y libretistas de la acción, es cuando se puede apreciar y evaluar la verdadera coherencia entre el proyecto histórico-político pensado desde los ámbitos normativos y discursivos, y el que se expresa a través de las exigencias de la acción socio-política directa. De ahí que sea inevitable concluir que los partidos y movimientos políticos son en realidad una construcción derivada de la tensión constante entre lo que constituye su proyecto formal y teóricamente concebido y las permanentes exigencias y desafíos que la lucha de clases social y política les impone. Por eso resulta acertado decir que los partidos y movimientos políticos son estructuras en permanente construcción.

La mirada de los partidos y movimientos políticos actuando e interactuando con las clases y sectores sociales en que se apoyan, o en conflicto con otras clases sociales y partidos por el poder, viene a constituir entonces la otra perspectiva de análisis que es necesario complementar con la ya indicada, a fin de obtener una mirada más exacta en la definición y caracterización de aquellos. Y esta fue justamente la otra mirada que se omitió al enfatizar el carácter no proletario del PDA.

La historia moderna de las izquierdas está ilustrada de numerosos casos de partidos y movimientos políticos autoproclamados como partidos del proletariado, que una vez enfrentados a la prueba de fuego de los acontecimientos de la lucha de clases, revelaran su verdadera catadura. Tal es el caso de la mayoría de los partidos comunistas nacidos bajo la égida de la Tercera Internacional, cuando esta organización quedó bajo control estalinista. Siendo en su mayoría partidos proletarios, si se los mira desde el punto de vista de su composición social, terminaron convertidos en furgón de cola de la burguesía en virtud de una orientación política equivocada como fue la fórmula colaboracionista del frente popular impuesta por J. Stalin con el pretexto de derrotar al fascismo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Algo parecido había ocurrido durante el período de la Segunda Internacional en vísperas del estallido de la Primera Guerra. Entonces, la mayoría de los partidos obreros socialdemócratas afiliados a esa organización optó por aliarse con la burguesía de sus respectivos países en defensa de la patria. En ambos casos, los resultados fueron trágicos y desastrosos para esos partidos y las clases proletarias que decían representar. Tanto socialdemócratas como comunistas perdieron entonces oportunidades excepcionales de derrotar a la burguesía, llegar al poder y construir una salida socialista a la crisis, acorde con los intereses históricos del proletariado. Una decisión política errada los convirtió, en la práctica, en aliados de la burguesía y salvadores del capitalismo, a pesar de proclamarse así mismos como partidos del proletariado. En Asia, África y América Latina vamos a encontrar experiencias parecidas, que nos es del caso examinar en esta oportunidad.

La trayectoria del PDA en sus cinco años de existencia e intervención en la vida política colombiana aún está por evaluarse con rigor. Sin embargo, cualesquiera sean los resultados que esta evaluación arroje, no podrá desconocer el hecho incontrovertible de que el Polo se ha constituido en el principal partido de oposición de izquierda en la Colombia de hoy. A pesar de sus carencias, errores y debilidades, se ha convertido en el factor político de referencia de los explotados y oprimidos del país, de sus expectativas y esperanzas. Y así no revista aún peligrosidad alguna para la estabilidad del sistema, los sectores dominantes del establecimiento lo perciben con recelo y desconfianza. Enfrenta ciertamente el reto de consolidar su carácter y trayectoria como partido de oposición de izquierda, para lo cual es preciso que proceda con prontitud a reorganizarse internamente, a disputarle la dirección política de las masas al régimen, a ligarse más estrechamente a las luchas sociales, a cobrar mayor presencia en el debate, la denuncia y la confrontación a los proyectos gubernamentales, etc. Enfrentar con acierto este reto es definitivo para que el Polo pueda avanzar en la construcción de una alternativa de poder que le ofrezca a Colombia una salida socialista a la crisis, sin la necesidad formal de tener que proclamarse a sí mismo como el partido del proletariado.

Tras haber descubierto que los Estatutos del PDA no hablan por parte alguna de que el Polo sea el partido del proletariado, el compañero LAQ no parece lamentarse por ello, sino complacerse. De haberse lamentado, muy seguramente nos hubiera ilustrado de manera inmediata sobre el tipo de partido y proyecto histórico-político encarnado por el Polo. Pero no lo hizo, tal vez porque era mayor la complacencia ideológica. Percibe, como muchos otros compañeros en el Polo, que la omisión estatutaria encaja perfectamente con la concepción estalinista de la revolución por etapas en la que milita y ha militado por años. Según esta concepción, en los países que conforman el centro del sistema capitalista mundial, donde la forma de producción mercantil es dominante y se halla altamente desarrollada y los trabajadores asalariados constituyen la mayoría de población, el proletariado como sujeto histórico enfrenta la tarea de llevar a cabo de manera inmediata la revolución socialista conquistando el poder. Para ello requiere de una organización política: el partido del proletariado. En cambio, en los países de la periferia, donde supuestamente la producción nacional no ha alcanzado aún un alto grado de desarrollo capitalista, perviviendo entrelazada con formas premodernas de producción y lazos de dependencia frente al imperialismo, en donde por lo demás el proletariado es todavía una clase social minoritaria, la revolución estaría obligada a purgarse previamente, pasando para ello por una etapa democrática que realice las tareas históricas que en los países del centro fueron resueltas por la burguesía en su ascenso al poder. De acuerdo con Stalin, correspondería a la burguesía democrática de estas naciones asumir la dirección de la revolución democrática, en tanto que el proletariado fungiría en la misma como su aliado y compañero de viaje, esperando el turno para organizar la revolución socialista proletaria, una vez concluya la revolución democrática. Tal fue la posición defendida por los mencheviques y populistas en la Rusia zarista de comienzos del siglo pasado, contra la cual polemizaron con ardor Lenin y Trotsky.

De acuerdo con la tradición del compañero LAQ, Colombia (nación periférica) necesita transitar la etapa democrática de la revolución antes de que el proletariado entre en escena como sujeto de la revolución socialista. Se le antoja entonces que el Ideario de Unidad del Polo encarna justamente el programa de la revolución democrática, y en tanto ello es así el Polo no tendría por qué proclamarse desde ya como el partido del proletariado y de la revolución socialista. Una de dos: si nuestro compañero considera en verdad que en Colombia existe o puede existir una supuesta burguesía democrática capaz de asumir la dirección de la revolución democrática y realizar el programa de la misma, entonces el PDA sobra o debe ser abierto a la posibilidad de que ingrese a él esa burguesía; si, por el contrario, considera que tal burguesía no existe ni nunca ha existido en Colombia, entonces tendrá que admitir con nosotros, siguiendo la evidencia histórica latinoamericana, que las tareas históricas de carácter democrático que la burguesía colombiana no fue capaz de resolver en su ascenso al poder, pueden y deben ser realizadas en forma plena y cabal en los marcos de un proceso de revolución anticapitalista. De ese tamaño es el dilema, y su solución conlleva implicaciones de diverso orden, una de ellas es precisamente la definición acertada del tipo de partido que debemos construir.



Medellín, septiembre 25 de 2010.