Bernard Perrin
Le Courrier, Rebelión 4-mzo-2011
La sublevación en contra de Gadafi, aliado político y económico del bloque de izquierda, desorienta a ciertos gobiernos “revolucionarios”. Se ha producido un increíble e inquietante paralelismo. Mientras que numerosas cancillerías europeas dan muestras de gran preocupación ante la posibilidad de que la presión popular destituya al coronel Gadafi —que hasta hace poco era un «amigo íntimo» (de Silvio Berlusconi) o por lo menos, un socio económico indispensable (el 90% del petróleo libio iba rumbo a Europa) — en los gobiernos “progresistas” de la izquierda latinoamericana existe otra clase de aprehensión: la de presenciar la caída de… un compañero revolucionario. En realidad, la reacción europea no es demasiado sorprendente. La Europa capitalista prefiere seguir contando con un socio fiable, aunque éste haya ocupado durante mucho tiempo el primer lugar en la lista de los terroristas más intratables del planeta y aunque hoy en día dé órdenes de disparar sobre su propio pueblo. Tal es el cinismo de la realpolitik.
Debilidad ideológica
El caso de América latina es más enigmático. Que algunos lloren la caída del “guía espiritual de la revolución”, en Venezuela y en Bolivia, pasando por Cuba, Ecuador y Nicaragua, a pesar de la matanza del pueblo libio, de la cual el “guía” se declara culpable, denota una lamentable interpretación del curso de la historia y una ceguera a la que la izquierda ha estado demasiado acostumbrada en el siglo pasado. Desgraciadamente, detrás de la fachada discursiva del «socialismo del siglo XXI» se perfila otra realidad: la falta de una verdadera orientación ideológica, de Caracas a La Paz. ¿Cómo es posible que el dictador sanguinario libio sea considerado como un “hermano revolucionario”? ¿Acaso se pueden justificar todas sus malversaciones por su rivalidad con el imperialismo estadounidense? ¿Cómo han podido equivocarse hasta tal punto de revolución? Para el argentino Pablo Stefanoni, director de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique, y coautor, con el politólogo francés Hervé do Alto, de Seremos millones, Evo Morales y la izquierda en el poder en Bolivia, la respuesta es simple: «Fue tomado por sorpresa el nuevo socialismo nacionalista latinoamericano, que quedó apabullado por los acontecimientos, sin recursos políticos ni ideológicos para decodificar las claves de lo que sucede en el mundo árabe».
En América latina, en Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia o Nicaragua, Gadafi todavía sigue siendo considerado como un “combatiente revolucionario”, a pesar de su histórico viraje y su idilio con Occidente, con Washington y con Roma incluyendo a Londres y a París. Hugo Chávez no ocultó el hecho: hace unas semanas, para entender la revolución que se está gestando en los países árabes, se habría puesto en contacto directo con… ¡Trípoli! En cuanto al ministro boliviano de Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, éste —como muchos otros dirigentes latinoamericanos— reconoció su fascinación por el Libro verde del líder libio.
«Apoyar a los pueblos »
De manera más directa, el presidente nicaragüense Daniel Ortega declaró abiertamente su apoyo al régimen sanguinario, considerándolo como víctima de «una “arremetida mediática feroz” por su petróleo». Esta información fue ampliamente difundida por Telesur, la cadena de información continental con sede en Caracas. El periódico cubano Granma tituló «Denuncia Gadafi complot foráneo contra Libia…». Sin embargo, no se hizo alusión alguna a la sangrienta represión. En Bolivia, Evo Morales se mostró más prudente y exhortó al coronel Gadafi y al pueblo libio «a realizar todos los esfuerzos necesarios para que a través de medios pacíficos se pueda resolver la crisis política desatada».
Afortunadamente, los gobiernos no tienen el monopolio del socialismo latinoamericano. En Venezuela, el grupo Marea socialista (corriente del Partido socialista de Hugo Chávez) anticipó la victoria del pueblo libio y denunció «el horror de que son capaces los dictadores, sumisos o no al imperialismo». Los militantes venezolanos consideran que los acontecimientos indican que se trata de un levantamiento popular y que «lo que ocurre es parte […] del terremoto democrático que recorre el mundo árabe […] que lucha por conquistar libertad y democracia».
Lucha con la que «han abierto las puertas a la revolución internacional contra el capitalismo y sus regímenes de opresión y miseria».
Según Pablo Stefanoni «la izquierda debe apoyar a los pueblos, sus luchas democráticas y sus aspiraciones libertarias, y no atrincherarse con dictadores patéticos y corruptos en base a consideraciones meramente geopolíticas». Hervé do Alto abunda en el mismo sentido: «Hoy en día, el peligro que corre la izquierda latinoamericana es el de calcar su realidad —su lucha diaria contra el imperialismo— sobre la de los otros continentes. Por ejemplo, en la inestabilidad política en Libia se puede entrever la posibilidad de un desmembramiento similar al que la oposición de Santa Cruz en Bolivia proyecta como amenaza. Ahora bien, confundir la lucha antiimperialista con la lucha a muerte de las elites asociadas a las dictaduras significaría una regresión aún mayor».
Y fundamentalmente —afirma do Alto— «mientras la izquierda menosprecie el respeto de los derechos humanos, mientras considere que la realpolitik lo justifica todo y mientras confunda al antiimperialismo con los intereses burocráticos, no habrá nada que esperar de ella».
¿Y por qué mientras que la Europa capitalista se puede permitir mantener relaciones con socios dudosos, los países de América latina deberían obviarlas y renunciar a ellas, a esa realpolitik? «Hay una diferencia fundamental —responde Hervé do Alto— entre un gobierno autoritario y una dictadura que lleva a cabo masacres masivas contra su propio pueblo, que es lo que ocurre en Libia con el régimen de Gadafi. Desarrollar una “diplomacia de los pueblos”, como es el caso de Bolivia, y no tener en cuenta este criterio discriminante, nos lleva a un callejón sin salida.»
«Luego —añade el politólogo— una cosa es mantener relaciones comerciales con regímenes autoritarios y otra muy diferente consiste en establecer con ellos vínculos de solidaridad política, confundiendo su antiimperialismo (que por otra parte, en realidad suele ser sólo oposición a los EE. UU.) con su carácter progresista.»
Socio sí, “compañero” no
Por supuesto que Bolivia tiene todo el derecho de comerciar con la República islámica de Irán. «Sin embargo —aclara Hervé do Alto— nadie obliga a Evo Morales a levantar el brazo de Ahmadinejad llamándolo “compañero”. No hay que olvidar que este régimen ejerce una represión sobre los movimientos sociales que los gobiernos de derecha en Bolivia han estado muy lejos de igualar.»
Alinearse con Ahmadinejad o Gadafi so pretexto de que se trata de socios estratégicos equivale a renunciar al proclamado «nuevo orden mundial» progresista, socialista. Y también equivale a renunciar a toda acción que apunte hacia una transformación social, sobre todo en el ámbito de las relaciones internacionales.
Sin embargo, si bien las luchas que se están desarrollando están lejos de ser pro occidentales, en el fondo, tampoco son socialistas. Por consiguiente, ¿qué posición debería adoptar la izquierda latina? «El propio Marx —responde do Alto— quien no se perdía una oportunidad para criticar la democracia burguesa, consideraba esa “democracia formal” como un primer paso absolutamente necesario.» En otras palabras, por ahora, la corriente democrática le abre nuevamente (¡por fin!) la puerta a los movimientos socialistas árabes, cuarenta años después de su derrota.
La conclusión nos viene de la pluma del escritor y militante uruguayo Raúl Zibechi: «Todos debemos mirar el horror de frente. [...] Pensemos [los de la izquierda] qué nos llevó en su momento a no querer ver, a no escuchar ni entender los dolores de la gente de abajo sacrificada en el altar de la revolución. No sirve escudarse en el “no sabía”».
El hecho de denunciar de manera absolutamente justificada las amenazas de intervención en Libia mediante la OTAN o los EE. UU., así como otros intentos de injerencia occidental, no debería de eclipsar este auténtico debate.
(*) Corresponsal en La Paz (Bolivia) de Le Courrier de Ginebra (Suiza).
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